domingo, 22 de noviembre de 2015

quiero la paz

Quiero cerezos floreciendo en las palmas de mis manos, quiero paz y quiero banderas blancas. Quiero no tener nada sobre lo que escribir. Quiero que me saques las espinas con la boca, que me lamas las heridas. Quiero saber a quién dirijo esta misiva.

Quiero saber qué Dios me queda por rogarle, quiero plegarias que se escuchen allá arriba. Quiero estrellas derramándose por mis mejillas, quiero el mar abrazándome por la cintura. Un mar diferente de este océano de azufres y alquitrán, de este fuego que me quema la mirada sin cesar.

Quiero tantas cosas y ninguna las tendré jamás. Quiero una cura, quiero una tregua, quiero un alto al fuego que nadie me va a dar. Quiero tragar la lluvia hasta estar limpia, olvidar el pecado original, quiero ser María con palomas posándose en mis brazos. Quiero semillas germinando en mi paladar, flores de colores alhajándome los dientes.

Quiero saber qué he hecho para merecerme esto, quiero oír de nuevo el canto de las ballenas, quiero saber ser niña sin ser víctima del mal. Quiero saber ser vulnerable sin sentir sus colmillos entre mis costillas. Quiero pendientes de oro rosa, inocencia en la mirada, besos de sandía y pedazos de luna iluminando abadías. Quiero veranos eternos que no le duelan a mi alma, quiero echar los miedos a escobazos y dormir entre los brazos de las hadas de los cuentos. No quiero más brujas acunándome en la noche, no quiero maleficios ni veneno en la garganta. No quiero vomitar dolores y palabras.

Quiero el perdón de Adán. Quiero lavarme el barro de las manos, quiero vivir sin que me queden heridas por coserme. Quiero librarme de puntos y cicatrices. Quiero que me quieran sin precios ni banderas.

Quiero quitarme la ropa y que mi cuerpo sea paraíso prometido. Ya no puedo más con este infierno, mis hombros ya no saben cómo aguantar su peso. Me arden las mejillas del calor de quince fuegos, crepitan hoy las llamas en mi boca y yo voy pidiéndote agua. Quién eres. Qué me darás. Qué quieres a cambio de la paz eterna. A quién le escribo. A quién tengo que escribirle. Quién tiene el poder de acabar con esto; dímelo, decídmelo, le cantaré canciones olvidadas, le contaré las historias prohibidas, cometeré con ella todos los pecados por escuchar el secreto de las chicas que saben respirar sin atragantarse con el oxígeno.

He hecho de mis muñecas campos de minas, de mi caja torácica una cámara de tortura. Al aire ya no le quedan piernas para salir y me ahogo con mi propio aliento. Quiero que pares esta guerra. Quiero que firmes la paz entre mis piernas.


Quiero, quiero, quiero; dame, dame, dame; yo no puedo más. Hay días que ya no me basta con luchar.

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