martes, 24 de noviembre de 2015

Mamá, mamá

inspirada por https://sputnikdesastre.wordpress.com/2015/11/21/mama-0347-am/. gracias, Lía.

Mamá, por favor, arréglalo. Toma este juguete roto, este reloj a destiempo que he hecho de mi cabeza y dale cuerda hasta que vuelva a funcionar. Mamá, por favor, lava la sangre, las lágrimas y las babas, haz que las sábanas vuelvan a ser blancas como hostias de la Sagrada Comunión, azules como el cielo los vestidos de primavera. Saca las mantas polvorientas del armario de mi pecho y cámbiamelas por braguitas nuevas y bañadores a topos.

Mamá, por favor, bésame la frente para que me duerma. Sé que un beso tuyo hará la magia y disolverá las pesadillas que me acosan mientras camino despierta. Mamá, por favor, toma mis manos entre las tuyas, que son todavía de mayor tamaño, gracias a Dios, porque yo ya soy más alta que tú y no me gusta, no me gusta nada, yo quiero ser una niña sentada sobre tus rodillas. Nadie me dijo que cuando eres más alta que tu madre no se supone que le cuentes por qué lloras cada mañana al despertar.

Mamá, me da igual todo lo que hayas hecho mal. Abrazarme siempre se te ha dado igual de bien. Construye una cabaña con tus brazos que me sirva de refugio en estos bosques míos de soledad. Ahuyenta al lobo que vive dentro de mí y se alimenta de mis hígados y de la esperanza que me calienta la mirada.

Si te fijas, hoy mis ojos los cubre la escarcha.

Mamá, cuéntame un cuento de final feliz. Menos mal que nunca me creí los de princesas y si algo tengo claro es que ningún príncipe va a venir a salvarme de esta torre de miedos apilados y argamasa de pena. Menos mal que ni siquiera me gustan los príncipes y gracias, mamá, por entenderlo a la primera.

Ojalá aceptaras igual de rápido que no me funciona bien la cabeza.

Mamá, dame medicinas que funcionen a la primera, que hagan desaparecer la melancolía que late en la cara interna de mis muñecas. El terror que me araña la garganta. Mamá, llévame a un médico de los de verdad, de los que pronuncian palabras que todo el mundo entiende y que no da vergüenza decir en alto. Mamá, juega conmigo a los médicos, a ver si por un casual encontramos la cura para estas heridas que no saben cómo cicatrizar.

Quizás la única cura sería que nadie me las hubiera abierto nunca, mamá, pero tú dices que pensar tanto en el pasado es malo y aunque no te lo creas yo te intento hacer caso.

Mamá, por favor, cántame el cura sana. Mamá, mamá, ven rápido. Hay un monstruo en la habitación y guarda un sospechoso parecido con mi reflejo. Mamá, mamá, corre, cierra las ventanas, vigila la terraza, vacía los cajones de los cuchillos y no me dejes salir corriendo al metro. Mamá, mamá, lo siento.

Ya sé que tú no querías esto.

Yo tampoco, mamá. Yo tampoco.

Pero por favor, no digas nada más. Sólo sécame las lágrimas como tú sabes hacer tan bien, y bésame.

domingo, 22 de noviembre de 2015

quiero la paz

Quiero cerezos floreciendo en las palmas de mis manos, quiero paz y quiero banderas blancas. Quiero no tener nada sobre lo que escribir. Quiero que me saques las espinas con la boca, que me lamas las heridas. Quiero saber a quién dirijo esta misiva.

Quiero saber qué Dios me queda por rogarle, quiero plegarias que se escuchen allá arriba. Quiero estrellas derramándose por mis mejillas, quiero el mar abrazándome por la cintura. Un mar diferente de este océano de azufres y alquitrán, de este fuego que me quema la mirada sin cesar.

Quiero tantas cosas y ninguna las tendré jamás. Quiero una cura, quiero una tregua, quiero un alto al fuego que nadie me va a dar. Quiero tragar la lluvia hasta estar limpia, olvidar el pecado original, quiero ser María con palomas posándose en mis brazos. Quiero semillas germinando en mi paladar, flores de colores alhajándome los dientes.

Quiero saber qué he hecho para merecerme esto, quiero oír de nuevo el canto de las ballenas, quiero saber ser niña sin ser víctima del mal. Quiero saber ser vulnerable sin sentir sus colmillos entre mis costillas. Quiero pendientes de oro rosa, inocencia en la mirada, besos de sandía y pedazos de luna iluminando abadías. Quiero veranos eternos que no le duelan a mi alma, quiero echar los miedos a escobazos y dormir entre los brazos de las hadas de los cuentos. No quiero más brujas acunándome en la noche, no quiero maleficios ni veneno en la garganta. No quiero vomitar dolores y palabras.

Quiero el perdón de Adán. Quiero lavarme el barro de las manos, quiero vivir sin que me queden heridas por coserme. Quiero librarme de puntos y cicatrices. Quiero que me quieran sin precios ni banderas.

Quiero quitarme la ropa y que mi cuerpo sea paraíso prometido. Ya no puedo más con este infierno, mis hombros ya no saben cómo aguantar su peso. Me arden las mejillas del calor de quince fuegos, crepitan hoy las llamas en mi boca y yo voy pidiéndote agua. Quién eres. Qué me darás. Qué quieres a cambio de la paz eterna. A quién le escribo. A quién tengo que escribirle. Quién tiene el poder de acabar con esto; dímelo, decídmelo, le cantaré canciones olvidadas, le contaré las historias prohibidas, cometeré con ella todos los pecados por escuchar el secreto de las chicas que saben respirar sin atragantarse con el oxígeno.

He hecho de mis muñecas campos de minas, de mi caja torácica una cámara de tortura. Al aire ya no le quedan piernas para salir y me ahogo con mi propio aliento. Quiero que pares esta guerra. Quiero que firmes la paz entre mis piernas.


Quiero, quiero, quiero; dame, dame, dame; yo no puedo más. Hay días que ya no me basta con luchar.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Ella se desnuda...

Ella se desnuda en la habitación de su cuerpo, y la ropa cae como cae la lluvia en una tierra de sequía. Ella se desnuda y va pidiendo perdón a cada pedazo de piel, besándose los nudillos y acariciando sus muñecas, escribiendo con los dedos cartas de amor al montículo de su tripa.

Ella se desnuda y sus labios dejan rastros de saliva en los dos hombros que le sostienen el cuello, y los huecos de sus clavículas recogen las lágrimas que brotan de su mirada gris. 
Ella se desnuda y prueba a caminar con este nuevo equilibrio que recién estrena, sin más sostén que sus caderas, y se sorprende al comprobar que no le fallan las piernas.

Ella se desnuda y la saludan inquietos sus pezones, liberados los pechos de la presión del sujetador, y la saludan los dedos de sus pies que parecen mirarla desde abajo. Ella se desnuda y en su vulva encuentra recovecos donde encajan a la perfección sus manos, y la ropa al deslizarse por su cuerpo va rozándole la cintura.

Ella se desnuda como quien despliega una carta que lleva mucho tiempo esperando, pero que no se atreve a leer porque teme lo que pueda contarle. Ella se desnuda como quien abre el regalo de un desconocido, preguntándose qué de sí misma podría encontrar en un cuerpo que hace mucho que dejó de ser suyo.

Ella se desnuda y los azulejos del baño reflejan un cuerpo que solo sabe que ser barco en plena tormenta, un velero inexperto en mares plácidos como este. Ella se desnuda y bucea entre ráfagas de aire que entran por la ventana, se deshace de las mantas y corre a abrazarse para encontrar el calor entre dos brazos que hace mucho que la echaban de menos.

Ella se desnuda y hace las paces con el pálpito de su pecho, firma la tregua con el doblez de sus codos. Ella se desnuda y hace de su espalda una colosal bandera blanca, se desnuda y cada uno de sus dientes es testigo de su arrepentimiento. Este cuerpo la perdona como solo una madre sabe perdonar a su hijo por lanzarse irresponsable en medio de la carretera, a bofetadas primero, a besos después. Como quien ve volver a alguien a quien ha temido perder para siempre y ya no sabe cómo soltarlo.

Este cuerpo ya no sabe cómo soltarla. Este cuerpo ya nunca más la dejará ir.


Ella se desnuda y, pasito a pasito, vuelve a un hogar que no era consciente de tener.

martes, 17 de noviembre de 2015

Consejos para las chicas de los ojos inyectados en sangre y el olor a tristeza

     1. Deja de preguntar por él. A los chicos decentes no les gustan las locas con algún tornillo suelto. No te conformes con aquellos que le prendan fuego a tu cama y luego te dejen sola para recoger las cenizas. Guárdate algo de dignidad. No le dejes saber que lo echas tanto de menos que has prometido tu voz a quien te lo traiga de vuelta, pero la has gastado toda lamentándote de pena.

2.  No sigas llorando por ella. Sécate las lágrimas y empieza a gritar en vez de llorar; grita contra sus manos que te rompieron y contra esa boca que te dijo que qué mosaico tan bonito podían formar tus pedazos. Deshazte del rastro de sus besos; frótate la piel hasta que la esponja se vuelva roja de carmín. Cámbiate de bragas; hace mucho que no hueles a ella. A ella le gustaba que olieras mal porque le recordabas lo limpia que estaba por dentro en comparación, pero encontrarás a alguien que te quiera como nueva.

3. Escribe más cuentos y menos esquelas. Cambia los salmos a dioses muertos por odas a la primavera. Haz que la primavera dé comienzo dentro de ti; engulle la nieve, engúllela sucia y fría y quizás florezcan margaritas en las cavidades de tus muelas. No te hace falta subir al cielo, pero por favor, haz algo por salir del infierno. El fuego no es un buen amante; te ciega la mirada y te quema los dedos.

4. Lava las sábanas de vez en cuando. Abre las cortinas. Borda días soleados en el cristal de tus ventanas con las manos desnudas, aunque duela. Cómo vas a revivir mientras tu casa siga siendo un cementerio de lástimas muertas. Cómo vas a renacer si has convertido tu cama en una tumba cubierta de sábanas. Redecora tu habitación; riega las plantas. Si no consigues nada, al menos tu prisión se parecerá algo más a un hogar.

5. Devora una manzana, canta con la boca llena y recuerda que Eva no solo nos trajo los corazones rotos, también el amor que los precede. Da gracias por sufrir porque es mejor que no sentir nada. Maldice la apatía que te inmoviliza y zambúllete en el dolor hasta que el cuerpo se te acostumbre al ardor. Las quemaduras también cicatrizan, mi amor.

6. Pídele perdón a tu cuerpo. Arrepiéntete de haber envenenado tus entrañas y acuchillado los suaves valles de tus muñecas. Besa cada muesca de tus muslos y ofrenda calorías a la diosa de tu garganta. No vuelvas a quitarle lo que es suyo o la furia de su bilis subirá hasta inundarte las retinas. No tengas miedo; al fin y al cabo, es una diosa benevolente. Todavía no te ha abandonado a los rifirrafes de las cuchillas y los laxantes. Todavía sigue luchando por ti, saliendo a flote entre inundaciones de vodka, construyendo un bunker donde refugiarse de los bombardeos de aspirinas.

domingo, 15 de noviembre de 2015

mi loca

Para Eva, Elena, Mari Carmen, Laura, Gabriela, Jara y todas las demás.

Mi loca, déjame acunarte las penas, déjame juntar mis cicatrices con las tuyas. Con un poco de suerte podremos coser dos heridas con un mismo hilo. Estar juntas para siempre.

Mi loca, no los escuches. Prefiero tenerte oyendo voces que atendiendo a sus improperios. Si no te quieren así, no te querrán nunca, mi loca. Yo te quiero trazando retratos de tus penas en tus muslos. Yo te quiero goteando sangre de la que todo lo mancha. Yo te quiero desastre, mi loca, te quiero borracha a las tres de la tarde y al teléfono a las cuatro de la madrugada, llamándome desesperada para no matarte.
Mi loca, yo te quiero entre respiraciones descontroladas, muerta de miedo en la calle de noche. Yo te quiero despertándome porque le temes a los hombres inofensivos, y a los que no lo son tanto. Yo te quiero sin saber distinguirlos.
Mi loca, yo te quiero durmiéndote por las esquinas, yo te quiero arrancándote la ropa a tiras porque necesitas que algún cualquiera te jure que te adora también desnuda. Mi loca, yo te doy las pastillas de una en una, mi niñita enferma y desvencijada. Mi tarada.

Mi loca, déjame que te bese esas heridas reabiertas por los mismos traumas que tantos años llevan contigo. Mi loca, déjame ahogar los gritos de tu padre, el llanto de tu madre. O viceversa. O los dos al mismo tiempo. Mi loca, sé que le llamas insomnio a las pesadillas que te mantienen despierta, pero yo te cantaré hasta que te duermas.
Mi loca, deja que vacíe las salas de gente, tu casa de soledad. Mi loca, si te cuido tanto es porque te digo lo que yo misma necesito escuchar. No concibo un mundo en el que tú estés cuerda sin mí, un mundo en el que yo me cure sin ti. No concibo otro mundo que este en que estallamos a reír después de llorar, las dos, porque de tan locas a veces somos hasta absurdas, mi tarada.

“Todos estamos un poco locos”, dicen los cabrones, y no tienen ni idea de nada. Ponen un pie en el infierno y ya creen saber lo que es vivir dentro. Bacanales de locura, le dicen a lo nuestro, les fascina, sí, que nuestros demonios vengan a nosotras y no sepamos cómo cerrar las piernas. Se creen que alguna vez consentimos a esto.
No lo hicimos, mi loca, pero estamos juntas y no lo cambiaría por nada. Por nada, ¿me oyes? Un poco mejor cada día, a veces chillando que pare, que se acabe, que alguien lo cese. Otras veces rogando que vuelva para no sentirnos tan vacías. Temiendo cada gesto y anticipando una tormenta cada vez que nos llueve un poquito por dentro.

Despacito, contigo, y tropezando y volviendo a tropezar, entre vergüenzas y juicios y gente que no nos sabe cuidar, que nos sostiene como se sostienen figuritas de cristal. Nosotras somos de agua, mi loca. No nos rompemos, cedemos y nos volvemos a levantar.


Y nadie sabe cómo besar lo que no se puede sujetar, mi loca. Solo tú te llevas a la boca los océanos de mi pecho, solo tú los sorbes hasta que salgo a flote a respirar.

Te quiero, mi loca. Nos quiero, locas, vivas, de la mano, siempre junticas.

jueves, 12 de noviembre de 2015

de las golondrinas y los cuervos que las superaban en número

Ruego porque mueran los cuervos de mi pecho. Luego me pregunto quién visitará este cementerio de tristezas marchitas, quién vendrá a dejar flores a las penas del pasado. No puedo evitar compadecerme de ellas, aunque me duelan. ¿Quién puede quererlas, sino yo? Estas lástimas, estas desolaciones caducadas que ya hace mucho que dejaron de esconder sus motivos. Ya me las conozco todas. Hasta les he puesto nombre, pero es un secreto. Soy la única que puede llamarlas para que vuelvan.

Ojalá tuviera el mismo poder para echarlas de aquí.

Yo también tengo días buenos. De los de primaveras floreciéndote en las yemas de los dedos. De esos que te despiertas y amaneces por dentro. Sábados perpetuos, que se derriten lentamente en la boca como un helado en verano. Mañanas en que golondrinas pueblan el cielo.

Pero el Sol se pone antes en la meseta de mi espalda.

Y me atardece en el regazo, nubes carmesí derramándose por mis rodillas, púrpura y rojo y malva y violeta pintando acuarelas en las mediatrices de mis muñecas. No sé qué hacer con la sangre cuando me mancha las sábanas blancas, los vestidos de julio. Nunca se me ha dado bien disimular esta locura transitoria.
Lloro océanos que reviven la Pantalasia y se me fragmenta el corazón como Pangea. Al día siguiente los pedazos siempre se reúnen de nuevo, es verdad, pero sabes tú lo cansado que es romperte y recomponerte una y otra vez. Tengo demasiadas cicatrices para 17 años y tres cuartos de vida. Las piezas de este puzle nunca encajan del todo.

Yo ya sé que no necesito a mi media naranja, que yo soy una naranja entera. Pero para mí “necesitar” no es cuestión de amar, es cuestión de seguir viva. Necesito que me quieran para saber que me merezco ser querida. Si no te mereces ser querida ¿cómo vas a merecerte seguir viva? Ya sé que las baladas no son para mí, que solo me tocan tragedias con principios bonitos y desenlaces soportables. Cuentos de los que no sirven para dar las buenas noches, pero que tampoco son exactamente historias de miedo; evangelios apócrifos que no hace falta prohibir, porque ya nunca, nunca los lee nadie.

A veces no sé quién soy sin esta locura que me gotea en el ático. Ropa perdida colgando del tendedero equivocado, el viento que la lleva, las pinzas extraviadas en la terraza del vecino de abajo. Cosas que vienen y van y te dejan un regusto a melancolía amarga.


Vengo y voy y no sé de dónde vengo. Las chicas tristes no tenemos más hogar que el lado seco de la almohada, y no sabemos dónde cobijarnos en esas noches en que la empapamos entera.