martes, 17 de noviembre de 2015

Consejos para las chicas de los ojos inyectados en sangre y el olor a tristeza

     1. Deja de preguntar por él. A los chicos decentes no les gustan las locas con algún tornillo suelto. No te conformes con aquellos que le prendan fuego a tu cama y luego te dejen sola para recoger las cenizas. Guárdate algo de dignidad. No le dejes saber que lo echas tanto de menos que has prometido tu voz a quien te lo traiga de vuelta, pero la has gastado toda lamentándote de pena.

2.  No sigas llorando por ella. Sécate las lágrimas y empieza a gritar en vez de llorar; grita contra sus manos que te rompieron y contra esa boca que te dijo que qué mosaico tan bonito podían formar tus pedazos. Deshazte del rastro de sus besos; frótate la piel hasta que la esponja se vuelva roja de carmín. Cámbiate de bragas; hace mucho que no hueles a ella. A ella le gustaba que olieras mal porque le recordabas lo limpia que estaba por dentro en comparación, pero encontrarás a alguien que te quiera como nueva.

3. Escribe más cuentos y menos esquelas. Cambia los salmos a dioses muertos por odas a la primavera. Haz que la primavera dé comienzo dentro de ti; engulle la nieve, engúllela sucia y fría y quizás florezcan margaritas en las cavidades de tus muelas. No te hace falta subir al cielo, pero por favor, haz algo por salir del infierno. El fuego no es un buen amante; te ciega la mirada y te quema los dedos.

4. Lava las sábanas de vez en cuando. Abre las cortinas. Borda días soleados en el cristal de tus ventanas con las manos desnudas, aunque duela. Cómo vas a revivir mientras tu casa siga siendo un cementerio de lástimas muertas. Cómo vas a renacer si has convertido tu cama en una tumba cubierta de sábanas. Redecora tu habitación; riega las plantas. Si no consigues nada, al menos tu prisión se parecerá algo más a un hogar.

5. Devora una manzana, canta con la boca llena y recuerda que Eva no solo nos trajo los corazones rotos, también el amor que los precede. Da gracias por sufrir porque es mejor que no sentir nada. Maldice la apatía que te inmoviliza y zambúllete en el dolor hasta que el cuerpo se te acostumbre al ardor. Las quemaduras también cicatrizan, mi amor.

6. Pídele perdón a tu cuerpo. Arrepiéntete de haber envenenado tus entrañas y acuchillado los suaves valles de tus muñecas. Besa cada muesca de tus muslos y ofrenda calorías a la diosa de tu garganta. No vuelvas a quitarle lo que es suyo o la furia de su bilis subirá hasta inundarte las retinas. No tengas miedo; al fin y al cabo, es una diosa benevolente. Todavía no te ha abandonado a los rifirrafes de las cuchillas y los laxantes. Todavía sigue luchando por ti, saliendo a flote entre inundaciones de vodka, construyendo un bunker donde refugiarse de los bombardeos de aspirinas.

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