Nos robasteis los cuerpos e hicisteis de ellos vuestras
compañeras de cama, frías e inertes, a las que arrancasteis gemidos de dolor en
nombre de un placer que nunca fue más que vuestro.
Nos robasteis nuestro espacio vital y os hinchasteis, os
inflasteis, hombres gigantescos, descomunales, invadiendo el último metro
cuadrado que nos quedó. Haciéndonos a un lado para guardarle un sitio a vuestro
ego creciente. Nos volvisteis menguantes como la Luna, os designasteis el astro
rey de este sistema solar y no nos dejasteis ni las estrellas para ver algo en
medio de esta oscuridad de vuestras manos tapando nuestros ojos, nuestras
bocas, nuestras caras enteras en busca de un silencio que no delatara vuestro
delito.
Nos robasteis las palabras y construisteis síes a partir de
incomodidades calladas, extremidades inmóviles y vaginas secas que penetrasteis
con la fuerza de vuestra imperturbabilidad ante nuestras lágrimas invisibles.
Hicisteis del no la palabra tabú, convertisteis el para en el verbo
impronunciable, nos prohibisteis hablar demasiado alto no fuera a ser que
oyerais nuestros gritos.
Nos robasteis los corazones, y ojalá poder decir que los
devorasteis, sangre goteando de vuestras mandíbulas, pedacitos de músculo
palpitante entre los dientes, y que no dejasteis ni un resto en el plato; pero
no, ni ese último favor nos concedisteis, tuvisteis que prenderles fuego
lentamente, fundiendo lo que quedaba de nuestro orgullo, crepitando entre las
llamas nuestra fuerza de voluntad, nuestras venas chispeantes agonizando sin
cesar. Alzasteis nuestros corazones en el aire como antorchas de dolor y desesperación,
nuestros pechos rebosando las cenizas, y los usasteis de ejemplo para las
generaciones venideras, esto es lo que haremos con vosotras si os negáis a ser
algo más que un cero a la izquierda.
Y nos engañasteis, y nosotras caímos como las bobas que nos
habéis condenado a ser, creyendo que votando podíamos decidir algo en un mundo
que ahora nos permitía elegir a nuestro verdugo. Creyendo que la Universidad
nos salvaría, que la ley nos salvaría, creyendo que echar una manta sobre el
fuego lo apagaría en vez de esconderlo de vuestra vista nomás.
Pero entonces llegó Kate proclamando que lo personal era
político y nos dimos cuenta de que no bastaba con tomar los colegios y los
juzgados, de que urgía recuperar nuestras casas, nuestras camas y en última instancia
nuestros estómagos y nuestros corazones. Volvimos a comer hasta saciarnos y nos
limpiamos los restos de maquillaje, y nos fuimos con la cara lavada a luchar
por poder hablar alto de nuevo, a hacer de las trincheras de nuestros cuerpos
hogares provisionales, a decirles a las niñas que no se molestaran en haceros
caso, que ibais a violarlas igual, que callando solo conseguirían que quedarais
impunes. A decirles a las niñas que era lícito responder ante vuestros ataques,
que pelearan con uñas y dientes por conservar sus traseros libres de vuestras
manos sudorosas, sus coños vacíos de vuestras pollas invasoras. A decirles a
las niñas que eran suyas y sólo suyas, que sólo tenía derecho a tocarlas quien
antes de hacerlo preguntara, y si la respuesta era NO aprenderían a decirlo
bien alto.
Y cuando sus bocas no basten, las navajas lo dirán por ellas
y os vais a quedar sin lengua con que transmitir a vuestros hijos vuestro
monstruoso legado.
Y si nadie nos da la paz, pues ganaremos la guerra, porque
aquí ninguna, pero que ninguna, está dispuesta a perder sin luchar.
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